Un golpe seco interrumpe su profundo sueño. ¿Qué hora será?, se pregunta. Mamá acaba de llegar, deben ser las tres de la tarde.
Ayer no pudo domir. Padecía un extraño insomnio producido por su descontrol emocional. Se ponía demasiado nerviosa por las noches, tomaba pastillas, infusiones,... pero nunca lograba conciliar el sueño hasta altas horas de la mañana.
Decide levantarse, parece que no ha sido una de sus peores noches. Se mira al espejo, tiene mala cara, a menudo la tiene. Se dirige a la cocina con la intención de comer algo, sin embargo sabe que debe privarse de aquellos manjares que tanto le gustan, hoy debería beber agua, nada más.
El olor de su plato favorito no puede pasarlo por alto, esta ahí, en la mesa, y hoy tiene un olor aún mejor, eso sin contar con su apetitosa cara, pero sabe que no puede ser. Se dirige al salón y se tumba en el sofá. Agarra con la mano derecha aquella revista que ha leido cientos de veces, pasa las hojas rápido, con decisión, apenas se fija en ninguna página, pero pronto se detiene en una. Se queda mirando la página pero es obvio que está pensando en otra cosa. Mira el télefono que tiene detrás. ¿Qué estará haciendo ahora?, ¿Qué pasaría si le llamase?,... Piensa varias veces qué hacer mientras sostiene el teléfono con la mano derecha y guarda la revista sobre sus piernas por si acaso se arrepiente de haberla dejado apartada. Podría arrepentirse de aquello que hizo, de las mentiras que cuenta diariamente, de intentar hacer daño a los demás, pero no lo podía hacer, en el fondo le gustaba, le hacía sentir mejor, le subía el autoestima.
Solía sentirse inferior, pero buscaba modos para no hacerlo. Los amigos le duraban poco porque siempre intentaba estar por encima de ellos en todos los sentidos. En su agenda solo le faltaba dividir a la gente por utilidad para ella, ya que, necesitaba a la gente en función de aquello que le pudiesen aportar en cada momento del día. Era egoista, más de lo normal, pero a ella le encantaba serlo. Se enriquecía moralmente siéndolo.
Decide llamar pero comunica. Se queda chafada, quería decirle eso que había estado pensando toda la noche. Lo había pensado y analizado miles de veces, esta vez el plan no podía fallar, era prácticamente perfecto, infalible. Sabía que estaba enfrentándose a una persona más débil, era consciente de la facilidad que tendría para quitarla de en medio, sin embargo había algo con lo que no podía combatir.
Se dice que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Su ribal era una persona noble, sincera,
buena persona, a la que tenía una envidia insoportable. Era inteligente, gracias a ello podía llevar una vida social más o menos equilibrada. Valoraba a sus amigos por encima de todo y estaba ahi siempre que la necesitaban. Muchas veces se venía abajo por culpa de ella, porque descubría que intentaba hacerle daño, sin embargo no lo quería ver porque sentía un gran afecto y admiración por esta persona. Finalmente, la mentira salió a la luz, y la sinceridad fue lo que tuvo más valor.
Añoraba ser esa persona a la cual había intentado hundir. Imitaba todos sus movimientos, aficiones, y al mismo tiempo las criticaba porque no podía hacerlo mejor que ella. Estaba en una constante lucha interna por ser aquello que no conseguía.
Fingía ignorarla, pero no dejaba de espiarla, siempre inventando algún plan para lograr arrebatarle todo.
Se levanta del sofá, corre a su habitación y abre el armario. ''Se que con este vestido estaré espectacular''. Se arregla y añade unas gotas de ese perfume tan caro que la hace sentir elegante. Intenta ir provocativa pero manteniendo siempre una elegancia innata que cree tener. Después de abrocharse esos zapatos nuevos que estaba deseando estrenar, abre la puerta de la calle, se coloca las gafas de sol y comienza a andar. Mueve las caderas paso a paso, intenta andar con aires de superioridad, quiere que la gente la considere alguien por encima del resto, inalcanzable, pero no se da cuenta de que pasa completamente desapercibida, y que lo único que consigue es adquirir un caracter rídiculo del que la gran mayoría se rie.
Regresa a casa, agotada, sin fuerzas. Sabe que todo el conflicto mental que ha tenido durante el día no ha servido de nada. Tiene la moral baja, siente que ha hecho el ridículo, que no tiene amigos, y que esa persona a la que tanto odia es demasiado feliz como para interesarse por sus problemas y su vida aparentemente genial.
Se toma dos pastillas y a continuación prepara una tila. Agarra el vaso suavemente. Se encuentra mal. Quita toda la ropa que tenía en la cama y la coloca sobre la silla que tiene en frente. Quita el edredón y se mete dentro de la cama.
Otra vez ese insomnio que no la dejaba descansar. Volvía a pensar en todo sin encontrar una solución lógica, pero se sentía mal. Lo que más le dolía era sentirse por debajo del resto. Sus planes estaban fallando y no se lo podía explicar.
Tras horas y horas de reflexión, se queda dormida.